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Sembré con los misterios de la noche
la flor de tu orfandad
y torrentes de luz
que nos fluían
bajo la incertidumbre del temblor
y luego cataratas
y gotas de rocío
al besar
nuestra lengua de fuego los pálpitos de nieve,
como laten al sol
las hojas de almanaque sin invierno,
día y noche abrazados,
mi piel junto a tu piel
sin extravío.
Cabían en aquellas estaciones
crepúsculos de mí a tumba abierta,
y tú
entre las fechas más calientes
ardiéndonos sin fin,
vaivén de las caderas
muy adentro.
Manuel M. Barcia
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