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Los senderos de la luz
sabían de antemano su destino,
su desnudez exacta.
Estaba el paraíso señalado.
Estaban indicadas las lindes que no existen
con signos de quimera.
Eran
miméticos paisajes del cielo
que no quieren desprenderse del cielo,
un destello de luna enfebrecido
en las calladas sombras de la noche.
Y, como el fuego
que mira el final de los caminos
ardiendo en la grandeza
que deja tras su estela reflejos encendidos,
no me preocupo de mí,
sino de los relojes de memoria
que habiendo imaginado su futuro
en tiempo de caudales infinitos,
renuncian a los sueños delirantes
mientras giran en brazos de la ausencia
con agujas de hielo.
Manuel M. Barcia
En el lecho de mis sílabas
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¿Se sonroja el crepúsculo
Cuando mis versos acarician
El horizonte de tu boca?
¿O acaso el espejo de tus ojos
Finge la marea
Que en mis ...
Hace 1 hora
2 comentarios:
Un poema de impacto, Manuel.
Un beso infinito y sin hielo
Ana
Gracias por la luz, meiga.
Un beso cálido
Manuel
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