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Debí sentirme poeta;
amar con las palabras esa parte de mí
que apenas me distingue de los dioses
cuando habito la luz, y soy en ella,
ardiendo
paradigma y reflejo.
Pero en mi corazón está su sombra,
con los sueños del hombre, lirismo en el amor
poblándome de muerte y ausencia.
Este fuego no cabe ya en el verso,
es hiel de soledad
ceniza, condolencia.
Acaso mis poemas no lloren mientras canto
este triste tedeum de despedida,
mi cadáver, su voz son semejantes,
porque la poesía tan sólo es un instante de conciencia,
eterna y de nadie,
mundos por inventar,
renacimiento.
Manuel M. Barcia