Quizá fuese su aura,
o las luces celestes que envolvían
a un ente hermafrodita con aspecto de santo,
lo que me provocó aquel instante,
tan sólo comparable a la estética estampa
de un padre putativo con su hijo en los brazos
Y tal vez fue San José,
con bastón encorvado en su paso descalzo
y su grito callado en medio del silencio,
quien trajo la armonía del sonido latente
a una ceremonia que lenta resbalaba
derramando el cansancio en mi mirada
Un atisbo de fe me comulgaba,
debía ser su albura, o la iconografía,
o si no, el espíritu silente
de un niño en un retablo custodiando aquel rito
Envuelto en la neblina del misterio,
todo era penumbra y sensación de quietud.
Algo me recorría muy adentro,
y fluían por mí, olas de llanto
Las flores y el incienso en el templo,
habían germinado en mi deseo
un nudo de plegarias sin liturgia,
un rezo incontenible de lágrimas
que nutrían del alma la cuenca de mis ojos,
y en sus sombras vacías
la iglesia diluía al hombre que lloraba.
Manuel M. Barcia
2 comentarios:
Místico poema, Manuel.
Siempre sabes tratar los temas con delicadeza y elegancia.
Un beso soñador
Ana
Son visiones extraídas del almario, Ana.
Un beso
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