Acuden las llamadas y se apagan,
porque oídos adentro,
su voz es tan inerme como un sueño
infectado de mudez
Pongo todo mi empeño
en abrir el laberinto membranoso,
despertando la alarma
que alerta del suicidio a los sonidos
Dibujo una corchea que me arrastre
a un teclado sin huellas
que exibe inmaculados argumentos
en su inmensa y blanquecina soledad
Defiendo la endolinfa;
de fusas portadoras de toxinas,
de gritos sin destino,
de pausas al preludio de obertura,
de notas musicales
que dictan mil preguntas sin respuesta
Tengo que confesarlo,
me encuentro deprimido cuando escucho
la brisa con arpegios de silencio
sentado ante el piano.
Manuel M. Barcia
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