La calle parecía palpitar.
Notas de acordeón
llenaban las aceras de nostalgia
mientras alguien cantaba
algún tema romántico en francés.
Había una mujer que lo escuchaba,
feliz consigo misma,
fugando la sonrisa por sus ojos,
con rostro de alegría y alta tensión.
El mundo era un bullicio alrededor.
Viandantes que deambulan sin destino,
con los pasos de siempre,
los ensueños de siempre,
la mirada de siempre desolada.
El tiempo se detuvo en su marcha
y todo se llenó de plenitud.
Fue como si Édith Piaf
hiciese realidad la vie en rose.
Y bajo aquel jersey de canalé con cuello vuelto,
del negro uniformado que lucía
con pendientes de perla y a juego en el collar,
un cuerpo fue amante de un ciempiés.
Y el alma reclamaba eterna juventud,
- mientras bailaba sola -
y le chanteur des rues
con el viento de un fuelle acompañaba
la urgencia de un deseo inconfesable.
Manuel M. Barcia