Le chiflan los helados y el limón,
recubierto de azúcar,
quizá porque el amor sea agridulce;
o tal vez la pasión, en ocasiones,
haya de devorarse sin rodeos
para ser un epílogo ardiente
del fuego que perfora el interior
si abrasa el delírio de lo amado
Así es mi pequeño saltamontes,
un amigo sin nombre,
la historia de una fábula en mi mismo
que forja su leyenda
al borde de una roca verdi-azul
cuando el mar es reflejo en su mirada
¿Y qué pinta un ciempiés
en esta antología del silencio
que trae la locura hasta mis sueños?...
Es algo surrealista
mirarle caminar
con calcetines rojos
tan próximo el verano
Sin embargo, es parte primigenia
del tiempo contemplado en la niñez
cuando el mundo aún no era voltereta
Y siempre aparece
cosido a un zapato de tacón
con brillo acharolado y al revés
Y muy cerca del mar,
tan cerca, que sostiene las orillas
madejando sus olas con ternura,
para hacerle un abrigo
que cobije al rigor de los inviernos
con las nupcias del frío y la sal
en el cálido abril mediterráneo
A veces, es silueta de mujer,
y es difícil no amarla,
no ser de su belleza
un simple admirador de amaneceres
con pájaros que vuelan imágenes de paz
Un espejo adorable
con Venus como estrella
del cielo en plenitud.
Manuel M. Barcia