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Nada importa el lirismo cuando el verbo es hostil,
la luz tan corrompida
y mi voz tan cobarde.
Seré la construcción de la muralla,
la raíz que surgió
brotando las almenas del silencio,
esa melancolía,
ese altar entre verdes,
ese bosque de hayas sin destino,
toda mi desnudez revistiendo las rocas.
La vida no es excusa para sembrar dolor,
ni eternamente riña,
ni lágrimas sedientas de amargura;
transcurre,
sin certeza
y en su grupa mi ego
con pasos de arrogancia y vanidad,
el sostén de los sueños,
las huellas invisibles, las quimeras,
lo que queda después de transitar
los senderos de olvido.
Manuel M. Barcia
7 comentarios:
Qué buen poema, Manolito.
Me caló hondo y con mucha fuerza esa visión del hombre guarnecido a la vez que desguarnecido. El "uno mismo" ahí, reconociéndose en todas las preguntas e ignorándose en todas las respuestas.
Lehit
He aquí lo que connota, Sant. Tu "yo" en el "mí" mismo leyendo las preguntas sin respuesta.
Los dos en soledad, sin embargo tan unidos.
Gracias por venir.
Unha aperta.
Me recordó una mañana cualquiera frente al espejo, buenos versos Manuel. Saludo
Hay espejos que lo miran todo, Ramón.
Gracias por dar lectura a estos versos.
Un abrazo.
Hasta aquí, sabor fuerte, como la buena poesía debe ser. Creces y creces, amigo mío.
Abrazos.
Me alegra mucho saberte de nuevo, Perfecto.
Nos leemos.
Un abrazo.
Es como verse a sí mismo...muy profundo. Besos
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