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Como si Alejandría fuese luz
de tu eterno mirar,
memoria ultraversal donde subyacen
recónditos secretos de lo antiguo
y el origen de todas las palabras
que hubo entre los dos
antes de que el amor fuera trinchera.
¿ Por qué quíen, si no tú,
sonetianando versos,
se sabría capaz
de ser escintilante en el dolor
pariéndose a sí misma?
No hay crudeza en tu voz,
tampoco el silencioso murmurar
de los incomprendidos
cuando vuelan al viento las campanas
el vigor de la gloria.
¿Es culpa suya amar lo inexcusable?
¿Y es tuyo el corazón que late inútilmente en los solos?
Quizá no sea él la maldad aparente
que temas encontrar en tus visiones;
madurezcan en ti los ojos de la luna,
lo más impenitente del poema
al final de la noche,
sé Ágora otra vez,
la lucha por salvar las libertades,
solo sabiduría,
para sentir a solas
la dulce esclavitud de los amantes,
el gozoso crujir de sus cadenas.
Manuel M. Barcia