Ha venido por tercera vez.
Es el amanecer. Un alba difusa,
a pesar de la lluvia primigenia
que germina en el vientre de la niebla.
El parque
tiene el mismo color en sus rincones,
y una melancolía extraña, frágil,
ténue como el reflejo del insomnio
en una puesta de sol.
Iguales y plurales,
fieles a la mortaja de la noche,
los árboles sueñan. Todo duerme.
Oigo el crujir del orto,
indócil,
como un cadáver que no muere
en la luz que allí decae descalza,
sumergida en la sombra de lo oscuro,
aún sin existencia.
Y duerme Afrodita.
Despertará llorando entre mis piernas,
con la pasión desnuda
de quien viola los instantes taciturnos
y los tiembla.
Por tercera vez, el día tañe en mi día
profanando los sonidos del silencio.
El dolor más atroz,
es reconocer que el dolor pasará.
Ahora es fácil
abatir la altivez,
¿y después?...
Qué venga la inexistencia
creyendo que algo hermoso le espera.
Manuel M. Barcia