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Renuncio a oír tu voz,
venideras prisiones
que anuncian lo severo de tus normas
cuando tercias mujer
con las uñas de acero
y afiladas.
y afiladas.
Yo puedo ser en ti una estación
con locuras de paso en las traviesas,
también choque de trenes
sin un guarda -raíl
que incite desigual
a la potencia hercúlea que seduce
la edad antropológica del hierro
en deshumanidades.
en deshumanidades.
O la locomotora
del único vagón que porta fuego
cosido a las costillas,
que harán de mí un árbol que te crezca
todo el Orient- Express,
burlando en Estambul la noche amanecida
con lunas sólo a medias,
y púlsares enanas que convocan
ardientes plenilunios,
para nacer el sol,
surcar en tu interior la heliosfera,
o morir en nosotros
el último viaje,
un cosmos de ultraluz y sempiterno
que cubra de placer
la indiferencia.
Mas no busques en mí
al boxeador,
siquiera a un esgrimista bajo cuerda,
no soy un telonero que se faje
con piel de las gallinas,
tan sólo hay un halcón entre mis piernas.
Manuel M. Barcia
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