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lunes, 14 de enero de 2013

Renuncio a oír tu voz



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Renuncio a oír tu voz, 
venideras prisiones 
que anuncian lo severo de tus normas
cuando tercias mujer 
con las uñas de acero
y afiladas.

Yo puedo ser en ti  una estación
con locuras de paso en las traviesas,
también choque de trenes
sin un guarda -raíl
que incite desigual
a la potencia hercúlea que seduce
la edad antropológica del hierro
en deshumanidades.

O la locomotora
del único vagón que porta fuego
cosido a las costillas,
que harán de mí un árbol que te crezca
todo el Orient- Express,
burlando en Estambul la noche amanecida
con lunas sólo a medias,

y púlsares enanas que convocan
ardientes plenilunios,
para nacer el sol,
surcar en tu interior la heliosfera,

o morir en nosotros
el último viaje,

un cosmos de ultraluz y sempiterno
que cubra de placer
la indiferencia.

Mas no busques en mí
al boxeador, 
siquiera a un esgrimista bajo cuerda,

no soy un telonero que se faje
con piel de las gallinas,

tan sólo hay un halcón entre mis piernas.





Manuel M. Barcia


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