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Me han dicho que parezco
Arcipreste de Hita con un chicle en la boca,
y voz de una mujer,
y a veces, Calderón, y el dueño de Platero.
Incluso han comparado mis poemas
con el genio de Whitman,
-que más quisiera yo-
y alardes de Miguel, cuando gritan en mí
universos culpables de dolor
en las inspiraciones.
También me han encumbrado
en la soberbia,
sin más explicación en tal altura
que objetar mis delirios de grandeza
cuando soy en los versos
el resplandor oculto de la luna,
y apenas Ditirambo donde huir
la reflexión, mis noches estrelladas
bajo el frío del alma,
congelado en Dioniso, tan adentro.
Tal vez nadie comprenda
mi oficio de escritor
como una confesión de pretensiones:
Obrar con sencillez,
sentir en los afectos de mí mismo
diálogos con dioses que no existen,
y a veces,
sólo utópica esperanza
donde sea factible
un embrujo de fuego
sin actos de ilusión,
o acaso un teatro que no cierra,
porque yo soy telón de lo invisible
que sueña ser humano,
sin gloria por la fe,
sin victimismo.
Manuel M. Barcia
2 comentarios:
Una poética bellamente explicada, Manuel. Uno de los grandes temas de la poesía, mal que les pese a algunos, es la propia poesía. Un placer pasar por aquí.
Un abrazo.
Ser en su existencia un ser mismo...
Así creo la nupcia en poesía, Ramón, y también tú, por lo que sé.
Feliz otro año más, amigo.
Un abrazo
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