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Ardía la ciudad,
el aire respiraba sólo fuego.
No había ningún signo de vida alrededor,
ni en la densa penumbra, siquiera indicio alguno
del mar o afluentes de los ríos
que fluyeron ayer,
antes del cataclismo.
Era un paisaje yermo,
cubierto tan de olvido y soledad
como un desierto antaño rebosante de luz
donde hubo palmeras y un oasis,
ahora ensombrecido por el sol
que filtra el fulgor de los lamentos.
Una rata prodiga su cuerpo en mi sustento,
yo devoro aquel hambre
mientras vivo en mis carnes aún el resplandor
que llaga sobre un ser adelgazado
el dolor de la tierra.
El cosmos sin calor atardecía,
un dios surcaba el frío con las alas de nieve
bajo las nubes rojas.
Manuel M. Barcia
De cómo enfrentarse al mundo
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El que nada contra corriente
elige
por sí mismo.
Porque la vida fácil
es propia del rebaño
mientras la vida dura
nos hace individuos.
Hace 3 horas
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