Existe una estación que me vincula
a los días sin fecha,
sin nombre ni edad,
que fluye de mí mismo eternamente,
un río de existencia en mi existir.
En ella se concibe
la honra de la sed
que mis antepasados
encauzaron de forma interminable
entre los manantiales de la herencia:
mi sangre en libertad.
El códice genético del alma,
la lengua nunca escrita por los hombres
que sólo el corazón brota del sueño.
La voz en el silencio que me llega
cuando un dios me permite hablar con mis abuelos
y sentir su caricia musical,
los verbos que susurran
sonidos sin materia,
el escriba que dicta en la memoria
los informes de mi etilogía,
la única verdad en la que existo;
la luz que transparenta
la razón de lo que soy.
Manuel M. Barcia
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