No era uña la brisa
que acariciaba el fuego
surcando el abrazo donde gimen
los pétalos de rosa.
La herida de tu piel no era de sangre.
Era el labio que precede a la lluvia,
la sed de la serpiente
que anida en lo mortal de la dulzura
cuando el río de semen no es veneno.
Es ávida la luz de los espejos
si germina la sombra
del llanto que florece
con lágrimas de amor sobre mojado.
Desnudos todavía,
en el tallo del lirio
se anudan los recuerdos,
soñando entre las grietas de la muerte
nuestra resurrección
en las aguas del tiempo
que fue chorro de miel.
Manuel M. Barcia
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