Escuchar a Vivaldi se parece a escribir las estaciones:
el lápiz es batuta de los versos,
dibuja los paisajes con luz de primavera,
poniendo una nota de color
si otoño palidece.
A veces, sin embargo, quisiera ser silencio.
Emular los acordes tan callados
que pregona el violín
mientras llueven los copos de la nieve
sobre un manto de albura.
La música sumerge los sonidos
por la misma razón con que el poeta
cohabita con las sombras de la noche
y entretanto, recrea.
El aire de lo oscuro no es suicidio.
No hay restos de carbón en sus pulmones
sino vitalidad. Es la esperanza,
la neo tentativa de ser en su cobijo
lenguaje musical con voz adolescente.
En este vientre, nazco,
rebosante de sueños y armonía,
como un solista libre
que abraza lentamente al verano
y en su alma respira.
Manuel M. Barcia
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