*Hablan Afrodita, Hestia y Deméter.
Si puedes escuchar atentamente
el grito que se alza en el silencio,
Verás su propósito,
Y el papel que le toca en su sollozo,
que hace de las palabras un mito
y único alimento.
El Hombre y la Tierra
Desde la primera de las Edades
en donde la verdad y la armonía
estaban en pemanente vigencia,
Sin que nadie creyese necesario
ninguna ley escrita,
La mirada de un niño podía detenerse
en sueños pasajeros.
No había espadas, ni lanzas, ni yelmos.
Ni tampoco eran talados los bosques
para levantar fortificaciones.
La Tierra regalaba a los hombres
el fruto necesario,
sin trabajo de siembra o recolecta.
Reinaba una eterna primavera,
y fluía en los ríos la leche,
vino y miel amarilla
destilada del tronco de los arces.
Pero Zeus acortó la primavera
y dividió el año en estaciones.
Se endurecieron el frío y el calor,
y se hizo necesario
la construccción de casas.
También fue necesario sembrar grano
para que germinasen las especies.
Se redactaron las primeras leyes,
las leyes se transforman en códigos,
y los hombres ya se muestran dispuestos al ataque
cuando hay otro más débil.
Fue cuando nació la dura época
en que el crimen se entroniza en sociedad.
La modestia, el engaño y la violencia,
ocupan nuevos valores humanos
con afán enfermizo de ganancia.
En tan lamentable estado de cosas,
Zeus estalla en la ira,
y se convoca un Congreso del Cielo
en el Palacio de la Via Láctea,
Que culmina en la tajante decisión
de la destruccion de sus habitantes
para generar una nueva raza
que acepte la grandeza de los dioses.
Y soltó las cadenas
que mantenían reo al viento del sur.
Y dejó caer torrentes de lluvia
que tendieron a las palantas de granas.
Y no contento aún,
hizo que se desbordaran los ríos,
al mismo tiempo que un gran terremoto
llevó el flujo del mar hasta las playas.
Las torres se quedaron sumergidas,
y todo se quedó bajo las aguas,
salvo el Parmaso,
elevado sobre todas las montañas.
Y allí se refugiaron
los últimos seres sobrevivientes :
Un hombre llamado Deucalión,
y su mujer, Pyrra,
de fe firme en los dioses.
Cuando el viento del norte
recuperó el cielo y la tierra,
pudieron ir al templo.
Se postraron en tierra
escuchando la voz del oráculo
que les respondió así :
"Abandonen el templo con la cabeza velada,
las vestiduras sueltas,
y vayan arrojando detrás los huesos de vuestra madre"
¡Quedaron asombrados! ,
cayendo ambos en meditación.
Sólo existe una forma
de cumplir el mandato
sin caer en la impiedad,
se autodijo Deucalión.
Si la Tierra es la gran madre de todo
y las piedras son sus huesos,
esos son los huesos que podemos arrojar
hacia atrás sin llegar a ser impíos,
dedujo a su vez, Pyrra.
Y entonces sobrevino el milagro ;
Las piedras crecieron,
se hicieron más suaves,
adquiriendo morfología humana,
como si fuesen pedazos de roca
en manos del escultor.
Y quedaban las piedras de Deucalión
convertidas en hombres,
y las de Pyrra, se hacían mujeres.
Y de nuevo se repobló la Tierra
de una raza acostumbrada al trabajo.
De los bienes dotados por los dioses
se escaparon todas las bendiciones
guardadas en la Caja de Pandora,
excepto la esperanza.
¿ Cómo podría la virtud tan sutil
mezclarse con todo tipo de males ?...
Porque la esperanza nunca se ausenta,
ni siquiera cuando son herméticas
las puertas de la nada en lejanía.
Manuel Martínez Barcia