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Lejos queda el rigor de la censura
que no excusa la luz
hurtada entre paréntesis de olvido
con desapariciones.
Las sílabas apócrifas no mueren,
permancen ocultas,
inmersas en el canon del misterio.
Sin embargo es voraz el apetito
del fruto de la hiedra,
tan proclive a trepar con su veneno
hasta la eternidad
con el oscurantismo en sus raíces.
Y juega al escondite con el verbo,
beatitud en la niebla,
aliento con saliva de lisonja,
mordedura sutil de la serpiente
que teme la dulzura de otra lengua.
Lo cierto es que amo la poesía,
pero algunos poetas
habitan corazones cenagosos,
la sangre y el lirismo fragmentados,
como dioses sin alma.
Y son en la palabra
la vida que se ha ido,
abismo, compulsión, desesperanza,
el miedo a ser leyenda de sí mismos
y en su mito ruina.
Los ladrones de sueños,
sólo imbecilidad ante el espejo,
la impostura sin rostro de verdad,
al aire, transparencia,
la custodia de nadie,
negrura en el deshielo.
Manuel M. Barcia
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